Agredezco tener la suerte de ser alguien que se autoevalua, porque sino estaría en graves problemas. Una persona expuesta siempre a un mismo entorno puede, dentro de todo, mantenerse en un eje y transitar a lo largo de su vida con una personalidad aproximadamente pareja. Pero alguien que debe ajustarse constantemente a lo que la vida le presenta, y me refiero a cambios de sociedades, lugares, instituciones, etc, se ve obligada o no (tal vez es un deseo propio) a lograr que la acepten, la integren, la conozcan y la quieran, una y otra vez.
Cuando te ves en una situación como esa, cada día de tu vida luchás por forjar una personalidad, una estructura de valores y convicciones con los cimientos más fuertes e indestructibles que puedas construir, porque a la primera que ceden, todo tu eje se derrumba. Eso implica un desequilibrio terrible, un desajuste peligroso para quien se encuentra preso de lo desconocido. Aquello te vuelve vulnerable, fácil de influir, de arrastrar y de manipular.
Es por ello que cuando descubro una grieta en mis propios cimientos creo un sistema de defensa automático, con temor de que por aquella ruptura pueda filtrarse algo que va en contra de mis ideales. Es de esta manera como encuentro mi tiempo para plantearme qué es lo que anda mal, de qué me estoy olvidando, que es lo que voy dejando por el camino y no debería dejar.
Qué fácil es confundirse.
Qué fácil es dejarse influir.
Qué fácil es ir por la corriente.
Qué fácil es autodestruirse.
Qué fácil es encontrar el ego, y que difícil es perderlo.
Y es por eso que hasta acá llegué. Me doy cuenta con qué facilidad puedo absorber los piropos, a la vez que ahuyento las críticas. Me repugno de esta manera.
Chau envidia, chau ego, chau competencia. Chau malditas enemigas y a la vez viciosas aliadas del hombre. No las necesito, no las quiero, me intoxican. Cueste lo que cueste, en mi van a morir.
Que no me olvide quien soy, dudo que alguien más me lo pueda recordar mejor que yo.